LA PARADOJA DE LO DIGITAL Y DEL OLVIDO
Hoy todavía se puede leer un manuscrito del Mar Muerto, pero no se puede leer un CD-Rom de hace quince años: mientras más digitalizamos nuestra memoria cultural más nos arriesgamos a perderla.
Después de haberse asociado con los diversos encomios de la nueva civilización digital, hay que tomar en cuenta también uno de sus probables efectos más perversos: la amnesia que prepara para las siguientes generaciones, si no se le da la debida atención. Paradójicamente, mientras más digitalizamos nuestra memoria cultural más nos arriesgamos a perderla. El poder tecnológico, al cual concedemos actualmente nuestra confianza para conservar mejor nuestros libros, nuestras imágenes, nuestras películas, nuestras producciones musicales y televisuales, amenaza fuertemente con traicionarnos.
A pesar de lo que digan los fanáticos acerca de él, es mucho menos seguro que el papel o que el plástico de las películas y los videos, de los que no obstante, conocemos su fragilidad. La mayoría de los sitios web que creamos hace menos de diez años ya están borrados para siempre. Ya no tenemos ningún medio para leer los primeros CD-Roms de los años ochenta. Los lectores y los softwares de esa época ya no existen. Todavía podemos leer manuscritos del Mar Muerto, inscripciones en las tumbas egipcias, pinturas rupestres que datan de millares de años. Pero cómo podremos leer en tan solo diez años un disco óptico para el que ya no existirá lector, mientras que los softwares actuales habrán progresado de tal suerte que no podrán reconocer el lenguaje binario de un software que se puso a la venta en el año 2000? Los discos láser, tan vanagloriados hace todavÌa diez años, ya son anticuados. Y los lectores, casi todos incompatibles entre las diferentes marcas, son en lo sucesivo incompatibles de un año al otro siendo de la misma marca. Los CD-Roms, tan vanagloriados en su momento, van a ceder su lugar al Digital Video Disc, que, a su vez, va a evolucionar al ritmo del mercado. Los discos ópticos de los centros profesionales de archivos sufrirán la misma evolución
Hay que estar consciente, además, de que con cada nueva ola de digitalización, elegimos lo que nos parece lo más importante y rechazamos el 90% de los archivos disponibles. Esa elección se hace según criterios circunstanciales y de moda, en nombre de los cuales no se habría conservado ni a Van Gogh, ni a Rimbaud. Y podríamos decir lo mismo de la memoria de la gente común, y de su vida cotidiana, a pesar de ser tan apreciada también por los historiadores. Quizás habría que pronunciar aquí una ley: mientras más poderosa y sofisticada es la tecnología, más inmediata, intensa y planetaria es la comunicación y más riesgo corre la memoria de ser efímera, a menos que se le clasifique inmediatamente como "histórica".
De manera inversa, huellas de pies de niños en la arcilla, como las que acaban de descubrir en cuevas prehistóricas, pueden quedar intactas durante milenios. Perder nuestra memoria en el momento en el que el tiempo social e histórico se aceleran vertiginosamente es peligroso. Cuando nos enfrentamos con la velocidad, con lo desconocido, en una aventura humana cada vez más audaz, es esencial cultivar nuestra memoria, saber quiénes somos y de dónde venimos, guardar la memoria de las lecciones de la historia.
El libro digitalizado no reemplaza el libro de papel
Paradójicamente, es en este momento cuando más corremos el riesgo de volvernos amnésicos, debido a nuestra fe en lo digital. No solamente necesitamos ahora más que nunca museos y bibliotecas tradicionales, sino que también nos hace falta establecer un sistema confiable de normas y reglas internacionales de conservación de los contenidos digitalizados. A la UNESCO podría conferírsele la función de organizar la consulta necesaria y de instituir las reglas internacionales, cuyo respeto permitir· superar los riesgos que se corren. Habrá que reflexionar sobre los criterios de selección de los archivos que se digitalicen. Igualmente habrá que asegurarse de que los lectores y sus softwares serán compatibles, o de que los contenidos digitalizados periódicamente se actualizarán conforme a las normas de las nuevas tecnologías, que deberían someterse al consentimiento de la UNESCO. Entonces, y solamente entonces, se podrá confiar en la digitalización, sin por ello reducir el papel de las formas tradicionales de apoyo. Y también se podrán elogiar sin reservas, las enormes ventajas de la digitalización, que permite poner a la disposición de un público ilimitado, en condiciones excelentes de consulta, 24 horas al día y a distancia, documentos innumerables y archivos delicados, conservados cuidadosamente en lo sucesivo, protegidos de la luz y del contacto manual.
Aquellos a los que les inquieta el porvenir del libro, en el momento en que se anunciara el triunfo del Internet, deben recordar que un nuevo medio no hace que desaparezcan los medios precedentes. La fotografía no acabó con la pintura, sino todo lo contrario, ni la televisión con el teatro o el cine: les dan apoyo. El libro digitalizado no reemplaza de ninguna manera el libro de papel. Al contrario, asegura una mejor promoción y distribución gracias al comercio electrónico y hace posibles las microediciones. Nunca se habían publicado y leído tantos libros como ahora.
Además, los nuevos softwares permiten emprender investigaciones eficaces en las grandes enciclopedias y en los innumerables corpus de textos y de imágenes almacenados ahora en la red. El hecho de que las compañÌas norteamericanas Chapters o Borders nos propongan a partir de ahora mandar imprimir con nuestro librero de costumbre, sobre pedido, el libro que queremos y que tienen disponible en la red, nos asegura el acceso a un número incalculable de libros, que ningún librero podría almacenar y que ningún editor podría reeditar regularmente. Se acabaron los libros agotados y los tirajes confidenciales. Y esto por un módico precio, porque los costos considerables de la cadena de producción, distribución, almacenaje, devolución, etcétera, se eliminan. Un investigador del Media Lab de Boston, Joseph Jacobsen, nos anuncia para el futuro venidero una especie de tinta electrónica, incrustada en las páginas de un libro de aspecto tradicional, que permitirá que aparezca en la cubierta y en el papel, al oprimir un botón en el borde del libro, una de las 20,000 obras conservadas en una tarjeta inteligente ubicada en la tapa del libro.
Se escribe mucho en la pantalla, cada vez más, y es casi exclusivo de nuestros días; pero nunca se leerá mucho en la pantalla, salvo ciertas utilidades y el correo. Se seguirá imprimiendo para comodidad del lector. Al respecto, los que nos proponen nuevas modas asiduas de lectura en hipertextos, que van a reemplazar la lectura lineal sobre papel - una civilización "papel cero" -, están en riesgo de permanecer frustrados durante todavía mucho tiempo. Nunca se había producido tanto papel ni realizado tantas impresiones como desde el auge de la digitalización.
Hervé Fischer. LIBERATION 24 de noviembre de 1999
Presidente de la Fédération internationale des associations de multimedia (Fiam) y miembro de la Cité des arts des nouvelles technologies de Montreal.
Traducido por María García-Moreno E.
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